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Plan Lector: Una burbuja ficticia Autor : Fernando Llanos Masciotti

Fernando Llanos Masciotti / EDUCACCIÓN El Plan Lector fue una estrategia del Plan de Emergencia Educativa como reacción a los bajísimos resultados en la prueba de lectura de PISA 2001. Los resultados de esta evaluación internacional salieron el año 2004. El punto era que 5985 quinceañeros evaluados habían pasado casi diez años de su vida en las escuelas y una gran parte de ellos no comprendían cabalmente lo que leían. Entonces se inventó el Plan Lector 2006. Tres reflexiones al respecto: En primer lugar, se creyó que no bastaban las horas regulares de clase para que los púberes alcanzaran competencias lectoras. Se propuso que con más horas extras y con doce libros leídos al año desarrollarían el gusto por la lectura. Se decía que la razón principal de que saliéramos en el penúltimo lugar en la evaluación PISA era que los niños, niñas y adolescentes no querían leer, no les gustaba, no tenían el hábito lector. La consigna salvadora era leer libros por placer fuera del horario de clase. Así, la escuela misma reconocía implícitamente que la lectura libre, creativa y placentera no era posible dentro del horario regular de clase. Tenía que haber horas extracurriculares para paliar la lectura aburrida, inane, ineficaz de las sesiones de clase habituales.

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En segundo lugar, a pesar de que la norma del Ministerio de Educación señalaba que “El Plan Lector será formulado en forma consensuada por toda la comunidad educativa (directivos, docentes, padres de familia y estudiantes), en función de los intereses de los estudiantes y la realidad de la Institución Educativa”, esto parece no cumplirse: el listado de libros del Plan lector es una selección que hacen solo los docentes o directores muchas veces, a partir de propuestas de editoriales sin consultar a los estudiantes. Es decir, los libros no responden a los intereses ni a las necesidades de los estudiantes, sino exclusivamente de los adultos (llámense docentes, directores o editoriales). En tercer lugar, el Plan Lector de muchísimas escuelas públicas y privadas incluye solo libros literarios. La diversidad textual está totalmente olvidada. Y podemos sospechar que la competencia lectora no podrá desplegarse con solo un tipo de texto, ya que cada uno de ellos supone una estrategia distinta de leer. Por ejemplo, en un texto narrativo, las expectativas lectoras girarán en torno a personajes, lugares, secuencia de hechos, desenlaces, conflictos, interpretaciones, etc. En un texto expositivo podrás encontrar ideas principales, intenciones concretas del autor, explicaciones puntuales y precisas, etc. En un texto instructivo, pasos en una secuencia de tiempo para hacer algo o recomendaciones para prevenir algún desastre. En fin, cada tipo o género textual es un universo distinto y diverso. Por eso, la relevancia de la diversidad textual para desarrollar habilidades lectoras. Y detrás está, claro, la creencia adulta de que la lectura por placer solo puede generarse a partir de los textos literarios. Esto no siempre es cierto. ¿No pueden lo estudiantes disfrutar de un libro de experimentos o de arte? ¿No les podría interesar la historia de los mundiales de fútbol? ¿Y qué decir de los libros de dinosaurios que tanto encantan a los más pequeños? ¿Las biografías no es algo que también les llama la atención? ¿No les gustaría leer textos sobre sus dibujos animados favoritos? ¿O la reseña de alguna película que hayan visto? ¿No sería interesante para ellos un libro del cuidado de la salud o de la alimentación? ¿O incluso un libro de matemática recreativa? Varios cuestionamientos y reflexiones se desprenden de todo esto: ¿Qué libros escogerían los estudiantes de modo que sus intereses correspondan a sus propias prácticas letradas y auténticas? ¿Solo deben ser libros los únicos soportes priorizados? ¿Y revistas, historietas, páginas web, blogs, redes sociales? ¿Qué libros literarios escoger? ¿Los canónicos y tradicionales? ¿La nueva narrativa? o independiente de estas categorías ¿por qué no indagar por lo que les puede gustar a los estudiantes? ¿Y por qué no asociarlo también con los intereses de los docentes? Esto puede tomar tiempo, es cierto, pero habría que considerar que para implementar un Plan Lector se necesita indagar, a través de cuestionarios, focus group, entrevistas, qué les interesa para leer a los estudiantes y consensuarlo con los demás compañeros y docentes del colegio. Por otro lado, ¿a más lecturas, automáticamente será mejor lector? ¿O ejercerá el efecto contrario por cansancio y saturación? ¿No sería mejor leer unos pocos libros literarios y no literarios, pero con estrategias interesantes y novedosas? ¿Por qué recargar a los estudiantes con lecturas extra fuera de las horas de clase? ¿Por qué no entender la lectura más como una necesidad que como un placer? ¿No es que el placer es opcional? ¿Se puede obligar solapadamente a niños, niñas y adolescentes a disfrutar de los libros? ¿No creamos una burbuja ficticia en la que se asume que los estudiantes parecen contentos de leer lo que les “gusta” cuando no

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es exactamente así? ¿Por qué incluir libros de autoayuda en la lista del Plan Lector? ¿Cuáles con los criterios para seleccionar los libros del Plan Lector? ¿Cómo se monitorea la efectividad del Plan Lector? Lima, 9 de abril de 2018

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